“El mundo ya no está al revés” fue el primer libro de esta serie, pero tan pronto como fue terminado y publicado se hizo obvio que este se trataba solo de un relato lleno de afirmaciones acerca de las condiciones relativas al surgimiento de la Gran Nación CET, Comunidad de Estados Tropicales, y de las circunstancias que rodeaban a los ciudadanos de esa Nación pero, aparte de dejar entrever que la razón del deseable estado de bienestar generalizado y paz era en esencia el adecuado manejo de la energía sexual, nada se dijo acerca de cómo se llegó a ese resultado.
El proceso fue
lento y paulatino, pero inexorable como el resultado del gradual represamiento
de una gran masa de agua que finalmente ha de vencer la resistencia de los obstáculos
que impiden su flujo a través del caudal de un sereno, sigiloso y pacífico río.
Era cuestión de tiempo para que una gran masa de seres evolucionados dijera ¡Basta!
al proceso de degradación de la raza humana, se despojara de toda su prolongada
desidia y actuara en función de restablecer el orden perdido.
Y no fue la
religión ni la ciencia las que sentaron las bases del cambio y tampoco
conocimiento alguno producto del intelecto humano. La mente, sin conexión al
corazón, resultó ser un ente frío y calculador, aliado del ego en su búsqueda
de supremacía individual. Por eso el mundo no mejoró gracias a la gestión de un
presidente de una nación o gracias al poder económico del dueño de una
renombrada y gigantesca multinacional, sino gracias al nivel de consciencia de
todos los personajes sencillos y anónimos que descubrieron y asumieron su
importancia en el mundo y actuaron de conformidad con esa claridad,
independientemente del grado de conocimiento académico agregado a sus vidas.
El mundo mejoró
no por la cantidad de doctorados y post doctorados acumulados en el currículum
vitae de algunos “privilegiados”, sino por la sabiduría desplegada por aquellos
que no se dejaron arrastrar por el ego e intuitivamente reconocieron que habían
venido a ser guardianes y protectores de un pequeño lugar del universo, en vez
de un depredador desalmado de los recursos naturales de un planeta; el mundo no
mejoró de la mano de las pulcras extremidades superiores de prestigiosos
cirujanos plásticos que fríamente cortaron un pedazo de piel sobrante para
intentar reconstruir inútilmente el amor propio de sus pacientes, sino desde la
amabilidad de los afectuosos auxiliares de enfermería que con la mejor de sus
sonrisas extendieron un vaso de agua a esos pacientes durante su proceso de
recuperación; el mundo no mejoró gracias a los padres ineptos que estimularon a
sus hijos a ser más “vivos” que los demás, mediante la astucia fundamentada en
hacer trampa, preparándoles un camino como personas corruptas desde la base y
la esencia, sino gracias a los padres que entendieron que su primera
responsabilidad era dar testimonio de buen ejemplo por encima de toda
circunstancia; el mundo no mejoró por la habilidad de los constructores de
puentes y las genialidades de los científicos, sino por la inquietud de las
almas capaces de trasmitir sentimientos a través de expresiones artísticas y
dibujar otras realidades en un escenario, por la capacidad de conectar con sus
deseos más íntimos y proyectarlos sobre personas adormecidas en el desacelerado
tren del mundo físico.
El mundo mejoró
por la existencia de almas convencidas de que vinimos a ser felices más que a
ser víctimas de la frustración y el abatimiento producto del olvido de una
esencia que no es de este plano de existencia. El mundo es mejor gracias a la
lucidez de las personas que encontraron la manera de hacernos vibrar, cantar,
reír, gritar, bailar y disfrutar del momento. El mundo mejoró cuando los hijos
se volvieron la consecuencia del más puro deseo de otorgar la vida y cuidar de
ella como del don más preciado, porque solo lo que nace del espíritu es
espíritu.